El humo en sus manos envenena su
aliento. Siempre fuma después del café. En la terraza, coral bajo los pies y
cielo abierto. La cruz que forman las vigas parece predecir el futuro de su
historia. El medio telón blanco le impide ver una fracción del horizonte, pero
prefiere estar sentada. El contacto de su piel con el trono de plástico provoca
que sus nalgas lloren bajo el minúsculo pantalón. Es agosto y jamás será reina.
Treinta y ocho grados a las siete de la tarde. Sorbe, traga y fuma. Escucha
pasos y cierra los ojos esperando un abrazo que no llega. Dos cigarros… y los
minutos que marcan el reloj de su teléfono móvil no han cambiado aún de decena.
El cabello enmarañado, una uña rota y el rojo de sus labios desplazado hasta la
sien. Se mira los pies morenos y recuerda el viaje que les regaló ese color. Todos
los engranajes y botones permanecen cerrados. No desabrocha la cremallera, es
imposible desnudar el corazón detrás de un portazo. Dos minutos… y los pasos se
alejan haciéndose sordos. Una nota de papel cae al suelo provocando un
terremoto. Definitivamente, la predicción de las vigas de hormigón era cierta.